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martes, 25 de diciembre de 2018 0 comentarios

EL HACEDOR - JORGE LUIS BORGES



EL HACEDOR - JORGE LUIS BORGES


Narración: pluma y papel


ÍNDICE

A Leopoldo Lugones 00:12
El hacedor 02:54
Dreamtigers 08:52
Diálogo sobre un diálogo10:47
Las uñas  12:10
Los espejos velados 13:31
Argumentum ornithologicum 17:23
El cautivo 18:43
El simulacro 21:02
Delia Elena San Marco 23:51
Diálogo de muertos 25:45
La trama 32:22
Un problema 33:35
Una rosa amarilla 36:25
El testigo 38:25
Martín Fierro 41:04
Mutaciones 43:45
Parábola de Cervantes y de Quijote 45:32
Paradiso, XXXI, 108 47:17
Parábola del palacio 49:42
Everything and nothing 54:14
Ragnarök 59:03
Inferni 1, 32 1:02:56
Borges y yo 1:05:07
Poema de los dones 1:07:53
El reloj de arena 1:10:29
Ajedrez 1:13:34
Los espejos 1:15:32
Elvira de Alvear 1:18:36
Susana Soca 1:20:06
La luna 1:21:00
La lluvia 1:26:20
A la efigie de un capitán de los ejércitos de Cromwell 1:27:16
A un viejo poeta 1:28:15
El otro tigre 1:29:11
Blind Pew 1:32:00
Alusión a una sombra de mil ochocientos noventa y tantos 1:32:55
Alusión a la muerte del coronel Francisco Borges (1833-74) 1:33:58
In memoriam A. R. 1:35:06
Los Borges 1:38:58
A Luis de Camoens  1:40:00
Mil novecientos veintitantos 1:40:59
Oda compuesta en 1960 1:42:20
Ariosto y los árabes 1:45:00
Al iniciar el estudio de la gramática anglosajona 1:50:21
Lucas XXIII 1:51:59
Adrogué 1:53:30
Arte poética 1:56:14

 Museo

Del rigor en la ciencia 1:58:11
Cuarteta 1:59:39
Límites 2:00:14
El poeta declara su nombradía 2:01:10
El enemigo generoso 2:01:57
Le regret d'Héraclite 2:03:25
In memoriam J. F. K.2:03:59

Epílogo 2:06:01

EL HACEDOR DE JORGE LUIS BORGES

Por Lluís Salvador

De entre todos sus libros, Borges afirmaba que ninguno había tan personal como éste que contiene el relato que da título a la compilación y que es el que comentamos hoy.

En efecto, el libro es un cajón de sastre en el que hallamos poemas, prosa poética, reminiscencias personales, relatos borgianos que parecen ensayos y ensayos que parecen relatos, ficción y todo lo que quieran ustedes imaginar.

Y El Hacedor es un relato muy personal, también. Pasaremos en su lectura desde la descripción anímica de alguien desconocido del que ignoramos procedencia y filiación a adentrarnos en sus circunstancias; poco a poco nos adentraremos en un territorio casi mítico, en el que el protagonista, ciego, seguirá recordando, hasta volver al final al ámbito del recuerdo en el que descubriremos que el protagonista es Homero, el hacedor de toda la cultura occidental.

Podríamos decir que el cuento es típicamente borgiano si no fuera porque Borges es tan poliédrico que no puede limitarse a un estilo. Pero en cuanto a su inspiración y temática sí es una muestra representativa de ese universo del autor argentino: la palabra y la memoria, los mitos que perviven, los hombres que los hicieron y aquellos, más que los contaron, que los escucharon, como escucha el autor a su protagonista.

Todo ello con esa prosa fluida y en apariencia barroca, pero que es de una sencillez pasmosa y que atrae de inmediato la atmósfera que se quiere transmitir.

El Hacedor puede parecer que sólo es una parte de una miscelánea, pero es en realidad un relato que nos conjura al principio de la literatura y de las historias que los hombres cuentan.
miércoles, 15 de julio de 2015 0 comentarios

CRIMEN Y CASTIGO - FIÓDOR DOSTOYEVSKI

Raskólnikov o cómo morirse en amarillo 
Obra de Jesús Alberto Arbeláez Arce (Jalar)

CRIMEN Y CASTIGO
FIÓDOR DOSTOYEVSKI

Crimen y castigo (ruso: Преступле́ние и наказа́ние, romanización: Prestupléniye i nakazániye) es una novela de carácter psicológico escrita por el autor ruso Fiódor Dostoyevski. Fue publicada por primera vez en la revista El mensajero ruso, en 1866, en doce partes, y publicada después como novela.  Junto con Guerra y paz de León Tolstói, se considera que la novela es una de las más influyentes e internacionales de la literatura rusa.  Asimismo, los diálogos mantenidos entre el protagonista, Raskólnikov, y el inspector de policía, son considerados por algunos autores, como el prestigioso literato Stefan Zweig, una de las cimas de la literatura universal.

En Crimen y castigo nos adentramos en una de las obras cumbres del célebre escritor ruso Fiódor Mijáilovich Dostoievski. Se trata de una novela que viene a plantear y discutir los grandes asuntos que han preocupado la vida intelectual del autor y de su pueblo, la Rusia zarista de fines del siglo XIX. La novela enfrenta el problema de la libertad individual y sus consecuencias, alumbrando acaso por primera vez,  los nebulosos pasillos del inconsciente, donde la razón suele ser superada por la fuerza de los instintos.  Un estudiante pobre busca dar salida a su pobreza, cometiendo un crimen con premeditación y alevosía que supuestamente vendría a salvar su difícil situación económica. En esa frase podríamos resumir la anécdota de una novela que supera las quinientas páginas, mostrando muchas de las aristas posibles de ser analizadas tras el desarrolló y proyección de dicha anécdota.

Raskólnikov,  el protagonista, es un joven estudiante de derecho, un intelectual con quien el lector empatizará desde las primeras páginas. Se trata de un personaje literario, no hay que olvidar eso, que reúne las características de lo universal, y es en consecuencia, el portador de verdades o preguntas que caracterizan a los hombres de todos los tiempos en cualquier lugar del mundo, y particularmente a los jóvenes que han llegado a la universidad. La empatía establecida, llevará al lector a sentirse también un Raskólnikov en lo sucesivo, y a plantearse las interrogantes del personaje. Raskólnikov se siente distinto de los demás, llamado a vivir un destino especial, determinado para la aventura de la independencia intelectual, como la inmensa mayoría de los jóvenes de su edad. Esta libertad descubierta en sí mismo, previo a los momentos de cometer su crimen, lo liberará por un momento de las paredes de la moral establecida, donde parece ahogarse al principio y al final, encontrando así la justificación racional para llevar a cabo su plan siniestro, y enseñando a su vez, otra de las grandes tesis del autor, aquella que dice relación con la posibilidad de justificarlo todo mediante la razón, incluido el asesinato.


CRIMEN Y CASTIGO
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EL AUTOR

(Fiódor Mijailovich Dostoievski; Moscú, 1821 - San Petersburgo, 1881) Novelista ruso. Educado por su padre, un médico de carácter despótico y brutal, encontró protección y cariño en su madre, que murió prematuramente. Al quedar viudo, el padre se entregó al alcohol, y envió finalmente a su hijo a la Escuela de Ingenieros de San Petersburgo, lo que no impidió que el joven Dostoievski se apasionara por la literatura y empezara a desarrollar sus cualidades de escritor.

Fiódor Dostoyevski

A los dieciocho años, la noticia de la muerte de su padre, torturado y asesinado por un grupo de campesinos, estuvo cerca de hacerle perder la razón. Ese acontecimiento lo marcó como una revelación, ya que sintió ese crimen como suyo, por haber llegado a desearlo inconscientemente. Al terminar sus estudios, tenía veinte años; decidió entonces permanecer en San Petersburgo, donde ganó algún dinero realizando traducciones.

La publicación, en 1846, de su novela epistolar Pobres gentes, que estaba avalada por el poeta Nekrásov y por el crítico literario Belinski, le valió una fama ruidosa y efímera, ya que sus siguientes obras, escritas entre ese mismo año y 1849, no tuvieron ninguna repercusión, de modo que su autor cayó en un olvido total.

En 1849 fue condenado a muerte por su colaboración con determinados grupos liberales y revolucionarios. Indultado momentos antes de la hora fijada para su ejecución, estuvo cuatro años en un presidio de Siberia, experiencia que relataría más adelante en Recuerdos de la casa de los muertos. Ya en libertad, fue incorporado a un regimiento de tiradores siberianos y contrajo matrimonio con una viuda con pocos recursos, Maria Dmítrievna Isáieva.

Tras largo tiempo en Tver, recibió autorización para regresar a San Petersburgo, donde no encontró a ninguno de sus antiguos amigos, ni eco alguno de su fama. La publicación de Recuerdos de la casa de los muertos (1861) le devolvió la celebridad. Para la redacción de su siguiente obra, Memorias del subsuelo (1864), también se inspiró en su experiencia siberiana. Soportó la muerte de su mujer y de su hermano como una fatalidad ineludible. En 1866 publicó El jugador, y la primera obra de la serie de grandes novelas que lo consagraron definitivamente como uno de los mayores genios de su época, Crimen y castigo. La presión de sus acreedores lo llevó a abandonar Rusia y a viajar indefinidamente por Europa junto a su nueva y joven esposa, Ana Grigorievna. Durante uno de esos viajes su esposa dio a luz una niña que moriría pocos días después, lo cual sumió al escritor en un profundo dolor.

A partir de ese momento sucumbió a la tentación del juego y sufrió frecuentes ataques epilépticos. Tras nacer su segundo hijo, estableció un elevado ritmo de trabajo que le permitió publicar obras como El idiota (1868) o Los endemoniados (1870), que le proporcionaron una gran fama y la posibilidad de volver a su país, en el que fue recibido con entusiasmo. En ese contexto emprendió la redacción de Diario de un escritor, obra en la que se erige como guía espiritual de Rusia y reivindica un nacionalismo ruso articulado en torno a la fe ortodoxa y opuesto al decadentismo de Europa occidental, por cuya cultura no dejó, sin embargo, de sentir una profunda admiración.

En 1880 apareció la que el propio escritor consideró su obra maestra, Los hermanos Karamazov, que condensa los temas más característicos de su literatura: agudos análisis psicológicos, la relación del hombre con Dios, la angustia moral del hombre moderno y las aporías de la libertad humana. Máximo representante, según el tópico, de la «novela de ideas», en sus obras aparecen evidentes rasgos de modernidad, sobre todo en el tratamiento del detalle y de lo cotidiano, en el tono vívido y real de los diálogos y en el sentido irónico que apunta en ocasiones junto a la tragedia moral de sus personajes.



lunes, 1 de julio de 2013 1 comentarios

EL ANTICRISTO - FRIEDRICH NIETZSCHE EN LA VOZ DE MARÍA JESÚS PIÑA LUCAS


LISTA DE REPRODUCCIÓN: 
DIECISIETE (17) VIDEOS


Audio: María jesús Piña Lucas
Video: StudioCreativo ¡Puro Arte!

EL ANTICRISTO


El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo (Der Antichrist, Fluch auf das Christentum, 1888) es una de las últimas obras del filósofo alemán Friedrich Nietzsche.
Si se coloca el centro de gravedad de la vida no en la vida, sino en el «más allá» —en la nada—, se le quita a la vida en general el centro de gravedad.

El Anticristo

En la introducción, el filósofo anuncia que se dirige a una minoría capaz de comprender («Este libro está hecho para muy pocos lectores. Puede que no viva aún ninguno de ellos. Esos podrían ser los que comprendan mi Zaratustra: ¿acaso tengo yo derecho a confundirme con aquellos a quienes hoy se presta atención? Lo que a mí me pertenece es el pasado mañana. Algunos hombres nacen póstumos»). La ética de Nietzsche en este último periodo está íntimamente ligada a la voluntad de poder. Cita de El Anticristo:
¿Qué es bueno? Todo aquello que eleva nuestro sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo en el hombre.
¿Qué es malo? Todo aquello que se origina en la debilidad.
¿Qué es la felicidad? El sentimiento de cómo crece el poder, de vencer una resistencia. [...]
Los débiles y los malogrados deben perecer: principio primero de nuestro amor por los hombres. [...]
¿Qué es más dañino que cualquier vicio? El ejercicio de la compasión hacia todos los malogrados y débiles — el cristianismo...

Nietzsche identifica en el cristianismo todo el mal social, por cuya causa el mundo sufre, y el mal moral, que oprime al hombre. San Pablo utilizó a las masas y oprimidos para tomar el poder, y del mismo modo actúan los socialistas en la época en que Nietzsche escribe. A estos, como sobre todo a los anarquistas, el filósofo los considera —peyorativamente— como nuevos cristianos auténticos. El cristianismo ha construido y explotado en beneficio propio una metafísica del «mundo detrás del mundo», que es el origen profundo de movimientos tan alejados temporalmente como el Romanticismo y el Idealismo.


El idealista, como el cura, tiene en su mano (¡y no sólo en la mano!) todos los grandes conceptos: con desprecio bonachón los usa contra el «intelecto», los «sentidos», los «honores», el «buen vivir», la «ciencia»; ve tales cosas por debajo de sí, como fuerzas nocivas y descarriadoras, sobre las cuales se cierne el «espíritu» en su pura mismidad...


Arthur Schopenhauer, al que durante su juventud Nietzsche había escogido como maestro, no sería en el fondo más que un enemigo de la vida, un cristiano (la noluntas, la negación de la vida como praxis del nihilismo). Hegel y Schopenhauer son sólo las dos caras de la misma moneda. Y también el nuevo rumbo de Alemania, dominada por el nacionalismo y la xenofobia, es producto del poder de la masa, de la moral del rebaño inducida por una educación cristiana bimilenaria. Todo esto no son sino diversas manifestaciones de un mismo fenómeno, diferentes síntomas de un mismo malestar o enfermedad que empezaba a resultar asfixiante para el filósofo.

A fin de cuentas, el único verdadero cristiano habría sido Jesucristo, y la religión fundada posteriormente por los padres de la iglesia, irónicamente, nada más que una labor de deconstrucción, de traición y de malinterpretación del sentido originario encarnado por Jesús. El Cristo de Nietzsche, cuya figura real, histórica, intenta establecer leyendo entre líneas en la Escrituras, sería para Nietzsche un caso de degeneración mórbida de los instintos perfectamente repetible en todas las épocas y lugares como «tipo» humano, y de hecho lo compara con el protagonista de El idiota, novela de Fiódor Dostoievski.
El análisis de las Escrituras considera en fin toda una serie de episodios y frases de la Biblia que evidenciarían la voluntad de las castas sacerdotales judías de mantener alejado al hombre del saber, alimentando falsedades y supersticiones, como medio más efectivo para conservar el poder. Una religión como el budismo sería, en comparación, mucho más realista y «sano» que el cristianismo, en la medida en que no pretende enseñar la lucha contra el pecado sino contra algo mucho más real, en última instancia, como es el dolor.

Hacia el final del libro, habla del Código de Manu, uno de los textos sagrados del hinduismo (que Nietzsche había leído hacía muy poco tiempo) como ejemplo de legislación modelo de una civilización aristocrática estructurada en castas. Como colofón, promulga la «Ley contra el cristianismo» («Dada en el día de la salvación, en el día primero del año uno (— el 30 de septiembre de 1888 de la falsa cronología»),  lista de siete preceptos para liberarse de la influencia degeneradora de la religión cristiana y todas sus manifestaciones.



El Nietzsche del Anticristo

El grito

Por Miguel Morey

El Anticristo es un libro cargado de misterios o, si se prefiere decir así, con este texto se produce una inflexión definitiva en la derrota nietzscheana, tal vez su último quiebro intelectual

Las múltiples facetas desde las que nos desafía el enigma Nietzsche se acrecientan conforme se acerca el final. Durante los últimos meses parecen multiplicarse vertiginosamente: su pensamiento es un continuo quiebro, y su vida también. Todo está lleno de signos, signos que se hacen guiños unos a otros. En este sentido, los días finales son enteramente un enigma, un enigma del que nuestro conocimiento de la locura no puede dar explicación. Y ni siquiera su silencio o su muerte acallarán esta proliferación. Su posteridad, es bien sabido, está hecha de terribles malentendidos, cosas que todavía están por acabar de explicar.

A menudo se ha llamado con el nombre de Turín el cristal de ese enigma. Y lo cierto es que, frecuentemente, parece como si el propio Nietzsche condujera de antemano esta interpretación. Así, recuérdese cuando escribe: “Hasta el 20 de septiembre no dejé Sils-Maria, retenido por unas inundaciones, siendo al final el único huésped de ese lugar maravilloso, al que mi agradecimiento quiere otorgar el regalo de un nombre inmortal. Tras un viaje lleno de incidencias, en que incluso mi vida corrió peligro en el inundado Como, a donde no arrivé hasta muy entrada la noche, llegué en la tarde del día 21 a Turín, mi lugar probado, mi residencia a partir de entonces. Tomé de nuevo la misma habitación que había ocupado durante la primavera, via Carlo Alberto 6, III, frente al imponente palazzo Carignano, en el que nació Vittorio Emanuele, con vistas a la piazza Carlo Alberto y, por encima de ella, a las colinas. Sin titubear y sin dejarme distraer un sólo instante, me lancé de nuevo al trabajo: quedaba por concluir tan sólo el último cuarto de la obra. El 30 de septiembre, gran victoria, conclusión de la ‘Transvaloración’; ociosidad de un dios por las orillas del Po. Todavía ese mismo día escribí el “prólogo” de Crepúsculo de los ídolos, la corrección de cuyas galeradas había constituído mi recreación en septiembre. -No he vivido jamás un otoño semejante, ni tampoco he considerado nunca que algo así fuera posible en la tierra,- un Claude Lorrain pensado hasta el infinito, cada día de una perfección idéntica e irrefrenable”.

El texto que se ha nombrado ‘Transvaloración’ es lo que nosotros conocemos como El Anticristo, cuyo subtítulo debía ser originariamente “Transvaloración de todos los valores”, aunque finalmente Nietzsche optó por otro más expeditivo e histriónico: “Anatema contra el cristianismo”. Habida cuenta de que anatema significa precisamente maldición divina, el subtítulo no podía ser, en su simplicidad, más retorcido y ampuloso, más indicativo. Y es que El Anticristo es un libro cargado de misterios o, si se prefiere decir así, con este texto se produce una inflexión definitiva en la derrota nietzscheana, tal vez su último quiebro intelectual.

Pongamos un solo ejemplo. A partir del 20 de noviembre de 1888, Nietzsche se desinteresará de su proyectada obra sobre la Voluntad de Poder, y deja entonces de considerar a El Anticristo como la primera parte de su tarea de transvaloración para pasar a afirmar que, con dicho libro, ésta está ya cumplida. Giorgio Colli reflexiona este curioso desplazamiento del siguiente modo: “¿Por qué, poco después de haber escrito El Anticristo, Nietzsche considera que ha cumplido ya la muy anhelada transvaloración de todos los valores? Quizá porque en este breve momento -antes de que la desatinada voluntad de realizar lo inactual le llevase al delirio de la locura- le parece verdaderamente haber encontrado la expresión decisiva, cuyo impacto sobre las conciencias somnolientas pudiese desencadenar el gran incendio, traducir a la realidad concreta el pensamiento del más solitario”.

Hoy cuesta de entender. Porque, ¿cómo se nos aparece hoy El Anticristo? Ante todo, para una primera mirada, como el más desafortunado de entre los textos mayores que suelen encuadrarse en su mismo periodo, el que más se resiente ahora de su nueva política editorial, que le encaminaba hacia el panfleto. No tiene ni la fértil exuberancia de Más allá del bien y del mal, ni el frío rigor de La genealogía de la moral, ni la generosa euforia de El crepúsculo de los ídolos. Es un texto sombrío, bañado todo él como por una luz gótica. Tiene algo de profundamente anticuado. En cierto modo, puede decirse que frecuentemente es un libro simplón, sabido. Y sin embargo es un libro que iba a hacerse popular. Llegó a formar parte, junto con la obra de Darwin y Freud, la de Kropotkin o Marx, verdaderamente de la cultura popular. Es, aunque no sólo, todo un clásico del anticlericalismo. En este sentido, puede decirse que fue un panfleto perfecto. Tal vez por eso nos parece hoy tan sabido. A este respecto añade Colli, siguiendo con lo que decía: “No se equivocaba del todo, porque la agitación provocada por este libro se propaga todavía hasta hoy. Y la astucia tal vez inconsciente de Nietzsche para actualizar lo inactual consistía en esto: concentrar toda maldición sobre el nombre del cristianismo, atrayendo de este modo sobre ese organismo decrépito el odio de todos aquellos que sólo esperaban ser alentados. Pero aquellos que tenían o tienen que lamentarse con respecto al cristianismo son muchísimos, mientras que el prefacio de El Anticristo dice: ‘este libro concuerda con poquísimos’. La astucia consiste por lo tanto en excitar a los muchísimos con un libro destinado a poquísimos, o, en otras palabras, en proponer como objetivo destruir el cristianismo, objetivo estrechamente ligado según Nietzsche a muchos otros, con respecto a los cuales los seducidos por el verbo anticristiano no se sienten para nada en oposición. Cristianismo involucra así moral, metafísica, justicia, igualdad de los hombres, democracia, resume en sí los valores del mundo moderno. La destrucción del cristianismo, por esa razón, es verdaderamente según Nietzsche una transvaloración de ‘todos’ los valores”.

¿Quiere decirse con ello que Nietzsche se propuso elevar la forma del panfleto a su máxima virulencia, dotarla de un alcance absoluto? “Astucia tal vez inconsciente”, dice Colli. Tal vez. Pero hoy sabemos bien de su belicosidad final, de su sueño de partir en dos a la humanidad. Escribe El Anticristo entonces, pero también recopila sus más afiladas notas contra Wagner, en un momento en el que la mitad de Europa se está posicionando respecto del músico, y en el centro de la polémica surge Nietzsche contra Wagner. Y prepara su biografía de combate, Ecce Homo, que comienza con esta sorprendente declaración: “En previsión de que en breve tendré que formular a la humanidad la exigencia más severa que le ha sido formulada jamás, estimo necesario decir quién soy yo”. Está claro que Nietzsche está en guerra, que ha comenzado otra guerra. “Con este escrito no sólo he querido presentarme antes del gran acto solitario de la Transvaloración, sino que también quiero probar lo que puedo arriesgarme a hacer con el concepto alemán de la libertad de prensa”...

“¿Por qué, poco después de haber escrito El Anticristo, Nietzsche considera que ha cumplido ya la muy anhelada transvaloración de todos los valores?” -se preguntaba Colli hace un momento-. A esta pregunta tal vez cumpla añadirle otra de parecido alcance: ¿Cuál era ese “gran acto solitario de la Transvaloración”, esa “trágica catástrofe de mi vida” para la que Nietzsche se prepara desde entonces, cuya inminencia “no desea acelerar en exceso” y de la que encontramos múltiples alusiones en su correspondencia?

No lo sabemos. En todo caso, lo que está bien claro es que tanto El Anticristo,como Nietzsche contra Wagner o Ecce homo, publicaciones póstumas las tres, forman parte de un nuevo registro en el conjunto de su obra, constituyen una nueva dimensión expresiva, deben leerse aparte. Y decir que la razón de ello es su carácter de obras que son ya de locura, no explica nada. Más bien señala tan sólo aquello que está por explicar.
“Mirémonos cara a cara” -con estas palabras comienza El Anticristo, el texto con el que se inaugura su última deriva-. Mirémonos cara a cara, dice, y parece estar emplazando a los hombres de su tiempo. Pero, Nietzsche va a abrir su pantomima de cumplimiento de lo inactual, su desafío a la humanidad entera, su pulso absoluto y patético con el presente, en el momento mismo en que se entrega, póstumo, a sus lectores. En Turín, Nietzsche se encomienda al espíritu de la literatura. Ya no escribe para su presente, ahora trata de prender la mecha lenta de su posteridad mediante un acto ciego de confianza absoluta en su destino. Lanza su grito dirigido a la escucha de la posteridad.


¿Qué dice un grito? 


EL ANTICRISTO
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lunes, 28 de enero de 2013 1 comentarios

PEDRO PÁRAMO DE JUAN RULFO EN LA VOZ DE ALICIA PASTORE - PELÍCULA "PEDRO PÁRAMO" DE CARLOS VELO



PEDRO PÁRAMO DE JUAN RULFO 
EN LA VOZ DE ALICIA PASTORE
LSTA DE REPRODUCCIÓN
SIETE (7) VIDEOS

-
Audio: Alicia Pastore
Video: StudioCretivo ¡Puro Arte!


Juan Rulfo, Pedro Páramo: historia vivida, historia contada
Por Fernando Carranza.
Filosofía y Humanidades
Universidad Sergio Arboleda

Como autobiografía de un prosista contemporáneo, Pedro Páramo es también un segmento biográfico de la trayectoria literaria de Hispanoamérica. Por tal razón, el año 1955 será memorable en los fastos de la producción literaria de México, y su memoria permanecerá inseparable de la de Juan Rulfo y  su obra, cuya publicación –merecida y gratificante- rompió con augusta magnificencia las barreras que se oponían al innegable reconocimiento, tanto del autor como del texto. Una de las mejores, brillantes y más estudiadas obras de toda la América hispana: 50 años de una historia que sigue contándose.

La creación de esta novela no sólo es el fruto de una auténtica literatura,  sino que además es la reminiscencia de una historia que, como diría Octavio Paz, está más allá de las fechas y más acá de los nombres. Y la historia de Pedro Páramo responde a un mundo imaginario, pero además, encaja en una naturaleza originaria, nativa,  autóctona y petrificada como el diminuto fragmento de una gran parcela: la cara de la revolución en México.

De tal manera, hablar de Pedro Páramo es hablar de ésa historia. Es hablar de las distintas facciones del rostro mexicano. Y es hablar, además, no sólo de facciones, sino de máscaras siempre cambiantes, bajo las cuales se devela  la expresión de una historia vivida, de una historia no sólo hecha de tiempo. Por eso el propósito de Juan Rulfo -o por lo menos quería prescindir de ello como ingrediente literario- no era ubicar en una determinada época unos determinados personajes, sino situar los imaginados geográficamente, involucrarlos en una región e incluir, asimismo, los acontecimientos que ahí habían ocurrido. “Pero sí -dice el autor-, hay ciertos hechos, ahí, que más o menos…” tocan, refieren la revolución, sería el complemento. Por lo tanto, en la obra no predomina un trasfondo histórico, pero sí la enmarcan unos factores legítimos e invariables (lugar, situación, etcétera).

El pueblo que revive Rulfo –pues no cabe la menor duda de que estaba muerto y olvidado- es aquél en el que pasó la mayor parte de su niñez. En ese tiempo un pueblo fértil: árboles, agua y, como resultado, vida. Y después, cuando Rulfo vuelve pasados treinta años, un pueblo abandonado, fantasmal y desértico: su antítesis completa. Por ésta razón le adapta el nombre Comala en el relato, pues el comal es un recipiente de barro que se pone sobre el fuego, donde se calientan las tortillas. Es de allí, pues, que surge el apelativo de Comala, que significa, por lo tanto, lugar sobre las brasas.

“Me encontré con un pueblo muerto”, dice Rulfo. Y claro, los muertos no viven en el tiempo. Eso le dio la libertad para manejar los personajes indistintamente. Es decir, para dejarlos entrar, y después que se esfumaran, que desaparecieran.

Pedro Páramo es el caso representativo del hacendado, del cacique que abundó en México y que decidía sobre las tierras que trabajaba. De ruin y no escaso imperativismo -aunque acá no corresponda hacer análisis de conciencia- y fácilmente irritable, personifica al típico terrateniente déspota que logra, sin dilucidar un poco la más mínima idea de bien, creerse el dueño de absolutamente todo lo que le rodea, hasta de  las vidas mismas.

Juan Preciado, por su parte, es el narrador, hijo de Pedro Páramo, al que mataron de miedo los susurros provenientes de los muros en las casas de Comala: “un rumor parejo, sin ton ni son, parecido al que hace el viento contra las ramas de un árbol en la noche, cuando no se ven ni el árbol ni las ramas, pero se oye el murmullo.”

Por eso, desde el momento en que éste personaje entra a Comala, se evidencia el término clave en el libro: la muerte. Así al menos se manifiesta trascurridos unos párrafos, cuando el lector, de súbito golpeado secamente por lo que le revela el texto, encuentra que los diálogos están siendo sostenidos por las exhalaciones quedas y delirantes de unas almas en pena, erráticas y arrepentidas, desoladas y pecadoras, enjuiciadas, maldecidas y eternas. Almas que buscan los vivos que no existen para que les recen, para que interfieran en la absolución de su purgatorio: “<<Ruega a Dios por nosotros>>. Eso oí que me decían. Entonces se me heló el alma. Por eso es que ustedes me encontraron muerto.”

Sin embargo, el personaje central es Susana San Juan, cuya idealización, más que originarse a partir de cierta simpatía hacia ella -ya que sí existió- fue producto de una singular y no poco extravagante costumbre de Juan Rulfo: visitar los cementerios. En su visita a San Gabriel (Comala en el relato) se encuentra con que Susana estaba enterrada allí, en el “panteón” de ese pueblo, y para satisfacer su sorpresa decide adaptarla como el personaje de más peso en la novela.

Así, Pedro Páramo gira alrededor de Susana San Juan y alrededor de un pueblo. Pero más bien alrededor del Pueblo. Pedro Páramo es un  lenguaje, el del silencio, que comunica y manifiesta más que los propios personajes, pues su sonido es tan constante y agudo, que gracias a sus finísimas ondas se ecualiza todo el argumento de la obra. Sin embargo, en ése pueblo se extinguirá hasta el silencio, acabándose, igualmente, todo lo que alguna vez allí hubo.

“Mi propósito no era hacer historia, sino contar una historia. Decir, por ejemplo, yo viví en un pueblo que se llamó San Gabriel…” -Juan Rulfo.


PEDRO PÁRAMO EN EL CINE

La presencia de Juan Rulfo en el cine es inmensa, y esto se debe en buena medida a su breve obra narrativa, y por otro a su propia participación como guionista en cortos y largometrajes, sus trabajos en el ámbito de supervisor de las producciones y, además, una envidiable afición cinéfila.

El español Carlos Velo dirigió la primera versión cinematográfica de la famosa novela de Rulfo, con un guion de Carlos Fuentes y Manuel Barbachano. Se estrenó en 1967, protagonizada por grandes estrellas del cine mexicano. La película es muy respetuosa de los pasajes referidos en la novela. A través de los diálogos podemos recordar aquellos párrafos y comprender la unión entre ambos lenguajes, el cinematográfico y el novelístico. Para ser consecuentes con el aura ilógico que a veces se da cuando vivos hablan con muertos, o muertos hablan entre sí, había que hacer concesiones. 

Juan Preciado parece sorprendido por las cosas que le pasan en Comala, pero no pasa de eso como era de esperarse si queremos que la historia prosiga. El pueblo fantasma que Preciado recorre está muy bien presentado, así como la Comala y la hacienda de La Media Luna de la época de Pedro Páramo. La revolución mexicana, los campesinos y todo el problema social resultante de la distancia creada entre un terrateniente cruel como Pedro Páramo y el resto del pueblo están bien ensamblados.

Aunque la crítica no la recibió con buenos términos, en la distancia se lo valora mejor. Es que en principio todos los elementos artísticos estaban disponibles para ser una gran película, pero malas decisiones de la producción (como elegir al norteamericano John Gavin como Pedro Páramo) y la inexperiencia del director no permitieron que la obra se concretara en el nivel merecido.

Como dijimos, muchas más adaptaciones se han hecho sobre la obra de Rulfo, muchas de ellas bien recibidas por el público y la crítica. Solo nos resta decir que quien admire a Rulfo en su narrativa, indefectiblemente se encontrará con su relación del cine, pues sus cuentos y novelas no hubiesen sido lo que son si no hubiese estado el arte cinematográfico de por medio.

Sergio Cáceres Mercado




"Pedro Páramo" de Carlos Velo.



Título original
Pedro Páramo
Año
Duración
104 min.
País
México México
Dirección
Guion
Manuel Barbachano Ponce, Carlos Velo, Carlos Fuentes (Novela: Juan Rulfo)
Música
Joaquín Gutiérrez Heras
Fotografía
Gabriel Figueroa
Reparto
, , , , ,, , , ,, 
Productora
Clasa Films Mundiales / Producciones Barbachano
Género
TerrorFantásticoDramaRomance | Realismo mágico
Sinopsis
Juan Preciado, hijo de Pedro Páramo y de Dolores Preciado, al morir su madre, decide cumplir la promesa de ir en busca de su padre alpueblo de Cómala y exigirle lo suyo; al llegar, se encuentra con un pueblo abandonado y misterioso donde se escuchan voces y extraños murmullos... (FILMAFFINITY)
Premios
1967: Festival de Cannes: Nominada a la Palma de Oro 
(mejor película)
viernes, 18 de mayo de 2012 1 comentarios

AURA (EN LA VOZ DE SU AUTOR) - CARLOS FUENTES - IN MEMORIAM





Editorial: Alfaguara Audio
Autor: Carlos Fuentes
Libro: Aura
Voz: Carlos Fuentes, autor del libro
Video: StudioCreativo ¡Puro Arte!


AURA
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"Sensualidad desbordada entre pasillos obscuros y humedos, llenos de ratas y de recuerdos..."

"Aura es un pequeño enorme relato donde Carlos Fuentes desborda sensualidad, lleno de descripciones impresionantes nos lleva a vivir una experiencia singular al lado del protagonista, hermano de todas estas historias de hermosas mujeres misteriosas y sutiles, Aura es un libro por demás hermoso, donde la prosa de Fuentes te deja saciado de buena escritura."



SIMBOLISMO Y RITUALIDAD EN LA OBRA "AURA" 
DE CARLOS FUENTES

Por: ©Cecilia Eudave

La novela breve, Aura, de Carlos Fuentes ha sido motivo de muchos estudios y recientemente de algunas polémicas en México sobre su contenido sacrílego y sexual. Sin embargo, más allá de todo comentario a primera lectura, podemos asegurar, que esta novela breve,  contiene una cantidad de elementos que permiten desde diferentes perspectivas de análisis un mosaico muy amplio de lecturas y significaciones. En esta ocasión nos centraremos en  los elementos simbólicos más sobresalientes del texto y de que manera se relacionan en el texto. Posteriormente hablaremos de los ritos que se convocan en la narración y como son representados y/o pervertidos por la instancia narrativa, es decir, por la voz que narra.

ALGUNOS ELEMENTOS SIMBÓLICOS Y/O SISTEMÁTICOS EN LA AURA.  

            La casa. 

            Como la ciudad o el templo, la casa, simbólicamente está situada en el centro del mundo; es la imagen del universo. Es significativo que la casa de Aura esta situada físicamente en el centro de la Ciudad de México, reforzando su carácter simbólico:

"Te sorprenderás que alguien viva en la calle de Donceles. Siempre has creído que en el viejo centro de la ciudad no vive nadie."

Además debemos recuperar el adjetivo "viejo", lo cual da a este "centro" donde la casa se ubica un carácter de contenedor de cierto pasado, de cierta tradición.

            Por otra parte y, como simbolismo más fuerte, la casa representa lo femenino por ser identificada a la madre, al refugio o protección, el seno materno. Esto es interesante porque el personaje principal, Felipe Montero, siente que la casa de Aura es su casa, es el lugar donde siempre debió estar, es el sitio que le pertenece y que le brinda paz: “...estiras las piernas, enciendes un cigarrillo, invadido por un placer que jamás has conocido, que sabías parte de ti, pero que sólo ahora experimentas plenamente, liberándolo, arrojándolo fuera porque sabes que esta vez encontrará respuesta...” 
       
            También esta casa es como un gran útero que lo recibe, útero oscuro y húmedo que lo acoge y lo deja lejos de exterior:

“Cierras el zaguán detrás de ti e intentas penetrar la oscuridad de ese callejón techado- patio, porque puedes oler el musgo, la humedad de las plantas, la raíces podridas, el perfume adormecedor y espeso- ... 

            Pero quizá lo más importante es que él penetra a un universo femenino, un universo lleno de exotismo y magia, que es el interior de esa casa, porque él ha dejado atrás el exterior al cual cree pertenecer:

" antes de entrar miras por última vez sobre tu hombro, frunces el ceño porque la larga fila detenida de camiones y autos gruñe, pita, suelta el humo insano de su prisa. Tratas inútilmente de retener una sola imagen de ese mundo exterior indiferenciado."

Ese mundo exterior, concreto y real, queda atrás y ahora se penetra, porque ese es el verbo que se utiliza, penetrar, y no cruzar o entrar, por ejemplo, reforzando así su masculinidad en relación al universo al que va habitar, femenino totalmente. El personaje penetra esa oscuridad, ese universo conservado y hecho por mujeres. De esta forma se refuerza la propuesta de que la casa se presenta en la novela como una alegoría de lo femenino: húmeda, oscura, laberíntica, mágica, orgánica y revestida de pasado. Felipe Montero, al entrar a la casa se introduce en otra realidad: la femenina, acogedora, pero también amenazante.

            Este espacio femenino está dominado por la oscuridad, debemos recordar que todo los lugares donde las mujeres se mueven son oscuros, llenos de penumbra o casi, todos los espacios de la casa son lugares de sombras, todos menos la habitación de él, la del hombre, cuya luz es tan intensa que incluso ciega:

Cierras -empujas- la puerta detrás de ti y al fin levantas los ojos hacia el tragaluz inmenso que hace las veces de techo. Sonríes al darte cuenta que ha bastado la luz de crepúsculo para cegarte y contrastar con la penumbra del resto de la casa.”

            Tal pareciera que el hombre es un ser para la luz, la mujer un ser para las sombras. El hombre, además, esta hecho para irrumpir y penetrar espacios (recuérdese que él abre todas las puertas sin necesidad de llaves, no hay ningún lugar vetado para él), la mujer para perpetuarlos:

"Es que ya estoy tan acostumbrada a las tinieblas... Es que nos amurallaron, señor Montero. Han construido alrededor de nosotras, nos han quitado la Luz. Han querido obligarme a vender. Muertas, antes. Esta casa está llena de recuerdos para nosotras. Sólo muerta me sacaran de aquí."

            Todo bajo el techo de esa casa vieja y retraída convoca y custodia el pasado al tiempo que rechaza al presente.

            Aura y la vieja Consuelo
  
            Estos personajes, más que actantes en la novela se convierten en entes simbólicos cuyas cargas connotativas y los elementos que las circundan dan especial interés a nuestro acercamiento a la novela. En primera instancia resaltemos que ambas figuras femeninas representan por un lado la juventud encarnada por Aura, y su contraparte la vejez, Doña Consuelo. Dos partes opuesta y complementarias que en el trascurso de la narración una no puede estar sin la otra, creándose así un vínculo simbólico de vida. Recordemos que para la simbólica el anciano no es un signo de lo caduco, sino de lo persistente, durable, lo que participa de lo eterno. Influye en la psiquismo como un elemento estabilizador y como una presencia del más allá.

            Esa resistencia a abandonar lo que se fue lleva a la Señora Consuelo Llorente a desdoblarse en Aura. Aura no es sino una proyección de los deseos de la anciana. Tal es la fuerza vital y la necesidad de perpetuarse en Doña Consuelo que puede engendrar a Aura. Aura, cuyo nombre no deja de atraer consigo su connotación simbólica: Luz que rodea la cabeza, nube luminosa de coloraciones diversas que sólo es posible distinguir en los seres dotados de luz divina. Esta luz es siempre un signo divino de sacralización. Esto equivale a la sacralización de este desdoblamiento, de esta convocación de otro ser que no es sino el deseo corporeizado de lo que se fue, se sacraliza la juventud.

            A pesar de que el Aura no puede desligarse de nuestro cuerpo, aquí el personaje parece tener vida autónoma (rasgo fantástico e insólito), hasta que notamos que es un doble distorsionado de la vieja por la juventud:

“ ...recordarás a la vieja y a la joven que te sonrieron, abrazadas, antes de salir, abrazadas: te repites que siempre, cuando están juntas, hacen exactamente lo mismo: se abrazan, sonríen, comen, hablan, entran, salen, al mismo tiempo, como si una imitara a la otra, como si de la voluntad de una dependiese la existencia de la otra.”

            Es importante destacar en este momento la incidencia simbólica del color verde, como si fuese ese color, nombrado numerosamente en el texto, el color implícito del Aura, que no sólo cubre al personaje del mismo nombre, cuyos ojos son verdes y siempre viste de tafeta verde en la novela, sino que irrumpe en otros espacios. Uno de ellos es la casa llena de musgo, plantas y limosidades: de verde olivo son los tapices y las alfombras, la bata de la vieja Consuelo, sus ojos también. El verde es una tonalidad constante que abunda en las descripciones del texto. Cito algunas incidencias:

"Al fin podrás ver esos ojos de mar que fluyen, se hacen espuma y vuelven a la calma verde, vuelven a inflamarse como una ola: tú los ves y te repites que no es cierto, que son unos hermosos ojos verdes idénticos a todos los hermosos ojos verdes que has conocido."

          "...una botella vieja y brillante por el limo verdoso que la cubre."

             "...tu hermosa Aura vestida de verde."

" Ah Consuelo, mi joven muñeca de ojos verdes... siempre envuelta en ropas y velos color verde como tus ojos..."

             "...unas manos han rasgado por la mitad su falda de tafeta verde..."

"...y recorres con la mirada el cuarto: el tapete de lana roja, los muros empapelados, oro y oliva, el sillón de terciopelo rojo, la vieja mesa de trabajo, nogal y cuero verde..."

            Pero ¿qué simbología se esconde detrás de esta incidencia sistemática del color verde en el texto de Aura? El verde es un color femenino (un elemento más para sumarse a este universo de mujeres), se dice que dentro de la representación de la complementariedad de los sexos: el rojo es un color macho y el verde un color hembra. Otro signo significativo en su simbología no es sólo que representa la esperanza, su connotación más conocida, sino que es sinónimo de fuerza y longevidad. Es el color de la inmortalidad, que simbolizan universalmente los ramos verdes.

            También el color verde es parte importante en el mundo de la sicología y de la psiquis humana y se ha desarrollado un complejo estudio terapéutico basado en que el color verde en cuanto color representa: el regressus at uterum. La necesidad del hombre de buscar un entorno natural que ayude a escapar de lo artificial, del mundo moderno, ha llevado a los estudiosos de estás áreas a  comprobar que es el color verde el que recupera consciente o inconscientemente esta tranquilidad frente a esta inquietud. El diario de un esquizofrénico citado por Durand lo muestra de manera explícita: "Me sentí deslizar, escribe el enfermo próximo a la curación, en una paz maravillosa. Todo era verde en la habitación. Creía que estaba en una balsa, lo que equivalía para mí a estar en el cuerpo de mamá...Estaba en el paraíso en el seno materno."

            También para Felipe Montero, la casa (útero metafórico), la presencia de Aura y la misma Consuelo representan un estado de paz y de vuelta a los orígenes:

"Tocas las paredes húmedas, lamosas; aspiras el aire perfumado y quieres descomponer los elementos de tu olfato, reconocer los aromas pesados, suntuosos, que te rodean. El fósforo encendido ilumina, parpadeando, ese patio estrecho y húmedo..."

O recuérdese el ejemplo donde se menciona su estado de relajación y paz al estar en la casa. Es así que la narración al convocar todos estos elementos intenta recuperarlos y utilizarlos el la trama con su carga simbólica más significativa. De esta manera, por ejemplo, el desdoblamiento de la anciana adquiere, no sólo un carácter simbólico (búsqueda de la eterna juventud y permanencia del pasado), sino también la puesta en escena de los discurso mágicos y esotéricos, confiriéndosele a este dúo de mujeres características de seres fantásticos. Porque en esa negación del presente se intenta, desesperadamente, no permitir la ruptura en la continuidad de su historia utilizando todos los artificios que permita, ya no el mundo de lo racional, sino el mundo de lo supraracional, de lo imaginario, de la fantasía. No se puede truncar la historia, historia ligada a Felipe Montero, quién más adelante en la narración, descubrimos que no es otro que la reencarnación del General Llorente. Desdoblamiento por el Aura o reencarnación, ambos elementos del discurso de lo esotérico, de la magia, de la imaginación, que son instaurados en la narración para validar esa necesidad de que le tiempo permanezca inamovible: todo debe volver a ser como antes. Claro, esta sentencia es propuesta por las mujeres que habitan esa casa, universo cargado de misticismo, magia e intriga. Son ellas, dentro de este espacio simbólico (vientre materno, refugio, santuario del pasado), donde someten al historiador joven a una búsqueda de su verdadera identidad, la que le perteneció en el pasado. Aura y Consuelo cumplen así uno de sus roles femeninos más importantes: han ayudado a fecundar, a engendrar el otro lado de la personalidad de Felipe Montero. Ese gran vientre que es la casa está dando a luz a la verdadera personalidad de su invitado.

“ Al despertar buscas otra presencia en el cuarto y sabes que no es la de Aura la que te inquieta, sino la doble presencia de algo que fue engendrado la noche pasada. Te llevas las manos  a las sienes, tratando de calmar tus sentidos en desarreglo: esa tristeza vencida te insinúa, en voz baja, en el recuerdo inasible de la premonición, que buscas tu otra mitad,  que la concepción estéril de la noche pasada engendró tu propio doble.”

Y más adelante en la narración:

“Verás en la tercera foto, a Aura en compañía del viejo, ahora vestido de paisano, sentados ambos en una banca, en un jardín. La foto se ha borrado un poco: Aura no se verá tan joven como en la primera fotografía, pero es ella, es él, es... eres tú.  Pegas esa fotografía a tus ojos, las levantas hacia el tragaluz: tapas con una mano la barba blanca del general Llorente, lo imaginas con el pelo negro y siempre te encuentras, borrado, perdido, olvidado, pero tú, tú, tú.”
             
Por ello en la novela podemos hablar de que existe una sistemática de la regresión (que no progresión) ya que el personaje es primero  Felipe Montero, luego se desdobla y sabe que hay algo más una doble presencia y finalmente se reconoce en la reencarnación del general Llorente.  Todo pareciera indicar que con ayuda de esta sistemática de la regresión se refuerza la idea de que lo que se es ahora no es lo verdadero, sino lo que se fue en el pasado es lo real. Se insiste en el pasado como lo más importante frente al presente:

“...Caes agotado sobre la cama, te tocas los pómulos, los ojos, la nariz, como si temieras que una mano invisible te hubiese arrancado la máscara que has llevado durante veintisiete años: esas facciones de goma y cartón que durante un cuarto de siglo han cubierto tu verdadera faz, tu rostro antiguo, el que tuviste antes y habías olvidado...No volverás a mirar tu reloj, ese objeto inservible que mide falsamente un tiempo acordado por la vanidad humana, esas manecillas que marcan tediosamente las largas horas inventadas para engañar el verdadero tiempo, el tiempo que corre con la velocidad insultante, mortal, que ningún reloj puede medir. Una vida, un siglo, cincuenta años: ya no te será posible imaginar esas medidas mentirosas, ya no te será posible tomar entre las manos ese polvo sin cuerpo.”

            LOS ANIMALES SIMBÓLOCOS EN LA NOVELA

            Los animales que aparecen en la novela también son de interés simbólico y proponen elementos significativos para la lectura bajo esta perspectiva de la obra. Cado uno de ellos pareciera que no fue escogido al azar y refuerzan el carácter del texto y sus propuestas estructurales.

            El perro

“Tocas en vano con esa manija, es a cabeza de perro en cobre, gastada, sin relieves: semejante a la cabeza de un feto canino en los museos naturales. Imaginas que el perro te sonríe y sueltas su contacto helado. La puerta cede al empuje levísimo, de tus dedos...”

            No resultaría interesante señalar al perro como un animal simbólico en el texto sino fuera porque se nombra en el mismo párrafo tres veces, y porque además, es el que custodia la puerta (simbólicamente). Si analizamos el ejemplo notaremos que el perro es comparado a un feto (otro signo que tiene que ver con lo que se gesta en un vientre) y además parece que le sonríe como si le estuviese dando la bienvenida al personaje. El perro, la manija de la puerta, conduce a la casa de Aura. Este perro de bronce se sitúa en un lugar de transición entre dos espacios: el afuera, la ciudad, y el adentro, la casa. Es conocido que simbólicamente el perro cumple la función de mediador entre el mundo de los muertos y el de los vivos. En muchas culturas y, sobre todo en la nuestra, la occidental, está relacionado con la muerte y actúa como guía de las ánimas, de los muertos. Anubis, Cerbero, son algunos de los nombres con los cuales se le reconoce. Este aspecto simbólico que relaciona al perro con un mundo de magia y esoterismo, es el que me interesa resaltar en esta propuesta de lectura. Porque, si recuerdan bien, Felpe Montero al franquear esta puerta, cuya custodia simbólica es un perro, a dejado a tras el mundo concreto del que proviene para penetrar al mundo de Aura, mundo mágico y abstracto. Recordemos que toda transición, implica en cierta forma un cambio de estado, un dejar atrás un estado anterior para vislumbrar uno nuevo ya sea físico o de conciencia.

            EL conejo
   
            Las liebres y los conejos están vinculados a la vieja divinidad Tierra Madre, al simbolismo de las aguas fecundantes y regeneradoras. También se dice que son lunares porque duermen de día y brincan de noche, porque saben, a semejanza de la luna, aparecer y desaparecer con el silencio y la eficacia de las sombras. El conejo que aparece en la obra es un ser de oscuridad y sombra que sólo se le ve cuando está con Doña Consuelo en la cama comiendo migajas.

            El conejo también es el principio de la renovación cíclica de la vida, gobierna en la tierra la continuidad de las especies vegetales, animales y humanas. Curiosa la asociación de este animal simbólico y ese deseo constante y sistematizado de conservación y renovación de la antigua vida de los personajes en la obra. Además, por si fuera poco, un dato más, el conejo, que en realidad es coneja, se llama Saga. Saga como sabemos implica una continuidad, un seguimiento de la historia de un clan, de una familia, de un hecho. Significativo este signo que se une al resto de los signos que convocan esta misma problemática de preservación y renovación del ser.

            Más no es todo, la instancia narrativa, nos propone además una analogía entre Aura y la coneja Saga que refuerza las características simbólicas del animal y las traslada a la figura de Aura. cito el siguiente pasaje de la novela. Recordemos el pasje donde Felipe Montero esta hablando por primera vez con la Señora Cosuelo y repentinamente grita:

          “- Saga. Saga. ¿dónde estás? Ici , Saga...
-         ¿Quién?
-         Mi compañía.
-         ¿El conejo?
-         Sí, volverla.
 Y un poco más adelante en la narración después de que Felipe y Doña Consuelo discuten algunos puntos la vieja retoma el tema y dice:

           “- Le dije que regresaría...
-         ¿Quién?
-         Aura. Mi compañera. Mi sobrina...

            Además, en otro pasaje de la novela Aura es comparada a la luna, cuando Felipe Montero se refiera a sus muslos color de luna. Por otra parte, no se debe olvidar que los conejos siempre están ligados a las ideas abundantes, de exuberancia, multiplicación de los seres y de los bienes que llevan también en sí gérmenes de incontinencia, despilfarro, lujuria y desmesura. Y finalmente las liebres y los conejos son compañeros de Hécate, diosa que alimenta la juventud, pero frecuenta las encrucijadas y finalmente inventa la brujería.
Todo esto signos que se vienen a sumar a las reiteraciones que se han venido desencadenado en la obra y que muestran la preocupación de la mujer en el texto por no dejar de ser joven y bella. Sobre este punto volveremos en las conclusiones.

            Los gatos
  
            Signo contradictorio en el texto porque son objeto de odio y maltrato, pero también de amor. Incluso de prácticas perversas que son equiparadas a rituales de sacrificio que se justifican en el amor .

“J’ ai même superté ta haine des chats, moi qu’aimais tellement les jolies bêtes… Un día  la encontró , abierta de piernas, con la crinolina levantada por delante, martirizando a un gato y no supo llamarle la atención porque le pareció que tu faisais  ça d’ une façon si innocent, par pur enfantillage e incluso lo excitó el hecho, de manera que esa noche la amó, si das crédito a tu lectura, con una pasión hiperbólica, parce que tu mávais dit que torturer les chats était ta manière a toi de rendre notre amour favorable, par un sacrifice symbolique...”

            Consuelo los odia y el General Llorente los ama.

            El gato es un símbolo ambivalente, por un lado en su sentido más positivo es el protector de la casa, de la madre y la progenie, sin embargo ,también son asociados a las brujas, al diablo y a la hechicería.

            ¿Por qué tanto odio encarnizado a los felinos por parte de Doña Consuelo? Quizá porque representan la imposibilidad de la maternidad y el amor desmedido que su esposo profesaba a esa bestias. Debe recordarse que el Gral. Llorente no pudo darle hijos a Doña Consuelo. O quizá también los odia, porque junto con otros ritos, que más tarde esta mujer propicia, son portadores de la esperanza de la fertilización. Otra obsesión que se gesta en la historia por parte de este personaje femenino y que la asocia directamente a la hechicería y la magia.

            Macho cabrío  

            Finalmente, el último de los animales simbólicos de la narración que trataremos en este apartado, el macho cabrío, que es degollado en la cocina de la casa y que, además de ser un acto ritual, tiene connotaciones simbólicas a destacar.

            El macho cabrío es un animal trágico (recordemos que la palabra tragedia significa literalmente canto del buco). La tragedia es en el origen un canto religioso con que se acompaña el sacrificio del cabro. No olvidemos que el sacrificio de una víctima implica todo un proceso de identificación. El macho cabrío de esta historia representa el mundo de la masculinidad que se degüella.

“La encuentras en la cocina, sí, en el momento en que degüella un macho cabrío: el vapor que surge del cuello abierto, el olor a sangre derramada, los ojos duros y abiertos del animal te dan náuseas: detrás de esa imagen, se pierde la de una Aura mal vestida, con el pelo revuelto, manchada de sangre, que te mira sin reconocerte, que continúa su labor de carnicero.”

Este acto es repudiado por el personaje masculino y hace que vea a Aura desprovista de toda la belleza y la fragilidad que él ha apreciado en otras ocasiones, y lo obliga a retirarse, refugiarse en su cuarto, como si de manera implícita este acto de sangriento lo identificara con el macho cabrío.

“Subes a tu recámara, entras, te arrojas contra la puerta como si temieras que alguien te siguiera: jadeante, sudoroso, presa de la impotencia de tu espina  helada, de tu certeza: si algo o alguien entrara, no podrías resistir, te alejarías de la puerta, lo dejarías hacer...”

            Por último en relación a esta bestia, debemos anotar que el cabro está también, como el conejo, relacionado y consagrado a Afrodita en cuanto a animal de naturaleza ardiente y prolífica. En fin, santo y divino para unos, satánico para otros, el cabro es efectivamente el animal trágico, que simboliza la fuerza del impulso vital, a la vez generoso y fácilmente corruptible.
            Lo que llama la atención en casi todos estos animales simbólicos es su relación con la fertilidad, con la vida y la juventud, destacándose una vez más esta necesidad de no envejecer, de no dejar de ser útil, como si con ello se dejara de existir. Y por otra parte la reiterativo insistencia de fertilizar, de exaltar las capacidades reproductoras y sexuales de los personajes implicados en la narración.

            LOS RITUALES

            En el texto encontraremos varios rituales que son convocados en la obra. Recordemos que un ritual es en su sentido más estricto un acto de repetición que recupera una acción cuyo momento de creación u origen no queremos que desaparezca. La ritualidad nos permite no olvidar un acto pasado, conservarlo en su repetición. Como señala Octavio Paz, el rito es el eterno retorno, no hay regreso de los tiempos sin rito, sin encarnación y manifestación de la fecha sagrada. Sin rito no hay regreso. Tal pareciera que la instancia narrativa sigue esta concepción de rito, y que incluso, la rutina de las acciones que se repiten una y otra vez de manera obsesiva en el texto, llegan a convertirse en actos rituales:

            - La cena de los riñones con tomates asados y vino tinto que se sirve cada noche sin variar. Anotando aquí de manera pertinente que los riñones es su sentido simbólico designan la afectividad y más específicamente el instinto sexual.
            - La disposición de la mesa por la noche donde siempre hay cuatro cubiertos.
            - Aura toca la campana cada vez que se van a servir los alimentos, aunque se sabe que sólo se llama a Felipe Montero.
            - El degollación del macho cabrío en la cocina como un rito de sangre y de llamado a la fertilización.
-         El martirio de los gatos que es manejado en el texto como un rito de sacrificio simbólico entre los dos amantes.
Y finalmente y el que más nos interesa de todos estos ritos y/o rituales en la novela, es el rito de la consagración y el de la comunión. Ritos que son erotizados y pervertidos en la historia, y que ha sido motivo de los más diversos comentarios. Cito:

“Tu sientes el agua tibia que baña tus plantas, las alivia, mientras ella te lava con una tela gruesa, dirige miradas furtivas al Cristo de madera negra, se aparta por fin de tus pies, te toma de la mano...tienes la bata vacía entre las manos. Aura, de cuclillas sobre la cama, coloca ese objeto contra los muslos cerrados, lo acaricia, te llama con la mano. Acaricia ese trozo de harina delgada, lo quiebra sobre sus muslos, indiferentes a las migajas que ruedan por sus caderas: te ofrece la mitad de la oblea que tú tomas, llevas a la boca al mismo tiempo que ella, deglutes con dificultad: caes sobre el cuerpo desnudo de Aura, sobre sus brazos abierto, extendidos de un extremo al otro de la cama igual que el Cristo negro que cuelga del muro con su faldón de seda, su corona de brezos montada sobre la peluca negra, enmarañada, entreverada con lentejuela de plata. Aura se abrirá como un altar.”

            En primera instancia encontramos que la figura de Felipe es asociada a la de un ser divino porque Aura le lava los pies, como en la tradición judeo-cristiana Magdalena lo hizo a Cristo y éste lavó, a su vez, los pies de sus apóstoles. Lavar los pies implica un acto de humildad, amor y entrega. Después vendrá la iniciación del acto sexual que se convierte en una analogía del rito de la consagración y de la comunión. Aura desnuda en la cama sostiene una oblea y como un sacerdote la da a comer a Felipe en acto totalmente erótico. La sublimación de esa entrega es más carnal que espiritual, es una entrega que va sobre el orden de lo físico y que se estructura sobre el rito de la consagración y comunión de Cristo. Y para continuar con esta erotización de lo religioso, Aura es asimilada al Cristo negro que está sobre la cabecera de la cama al describirla con los brazos abiertos extendidos de un extremo a otro del lecho, igual que el Cristo negro que cuelga del muro. Para finalmente dejar de ser un Cristo y resumirse en un altar: “Aura se abrirá como un altar.”
            Esta representación, y perversión del rito original de la consagración y de la comunión ha creado en algunos lectores ese sentimiento de sacrilegio, que efectivamente existe, desde la perspectiva de la moral judeo-cristiana, sin embargo, entra aquí una paradoja; ¿No se habla de la unión del hombre y la mujer como análoga al de la comunión? ¿no permite la literatura un libre uso de el material pre-existente para descontruirlo y darle otras connotaciones?

            Así mediante esta entrega sacra o sacrílega, como quiera llamársele, es que el binomio Aura-Consuelo intenta recuperar a Felipe- Gral. Llorente. Cito:

           “ - ¿Me querrás siempre?
-         Siempre, Aura, te amaré para siempre.
-         ¿Siempre? ¿Me lo juras?
-         Te lo juro.
-         ¿Aunque envejezca? ¿Aunque pierda mi belleza? ¿Aunque tenga el pelo blanco?
-         Siempre, mi amor, siempre.
-    ¿Aunque muera, Felipe? ¿me amarás siempre aunque muera?
-         Siempre, siempre. Te lo juro. Nada puede separarme de ti.”

            Porque pareciera que aquí en el texto por medio de los mecanismo de simbolización se crea un sistema de transformación de las obsesiones, impulsos e instintos en  ritos que son esas imágenes de ceremonia para obligarnos a recordar. No debemos olvidar que hemos hablado de que en Aura hay una necesidad casi problematizada de recuperar un tiempo cíclico. Que como Octavio Paz en su libro de Conjunciones y disyunciones supone que " la fecha que regresa es de veras una vuelta del tiempo anterior, una inmersión en un pasado que es, simultáneamente, el de cada uno y el del grupo. La rueda del tiempo, al girar, permite a la sociedad la recuperación de las estructuras psíquicas sepultadas o reprimidas para reintegrarlas en un presente que es también un pasado. No sólo es el regreso de los antiguos y de la antigüedad: es la posibilidad que cada individuo tiene de recobrar su porción de viva de pasado. El rito antiguo se despliega en un nivel que no es del todo el de la conciencia: no es la memoria que recuerda lo pasado sino el pasado que vuelve. Es lo que he llamado, en otro contexto, la encarnación de las imágenes".
            Aura se presenta como una encarnación de es imágenes que una sociedad conservadora y machista insita a volver: la juventud, la belleza y la fertilidad. Pero también lo que condena: la erotización del cuerpo, la búsqueda del placer y la perversión de lo sagrado.

            Para finalizar este acercamiento, de carácter simbólico solamente, me atreveré a dar unas primeras conclusiones.

            Sondeando brevemente, y sólo a través de la carga simbólica de los personajes y lo que los circundan, nos percatamos que una de las inquietudes de la novela de Aura, gira en torno a esa necesidad de perpetuarse (juventud convocada por el desdoblamiento del deseo, reencarnación del alma), para no dejar de ser lo que se fue y es (continuidad de la historia personal, búsqueda del tiempo cíclico). Una insistencia en la inmovilidad de las cosas y el tiempo, recuérdese que el afuera (la ciudad, el exterior de la casa) avanza en un caos indiferenciado y agresivo, es un mundo de concepciones temporales; mientras que la casa, ese universos femenino, es un gran espacio para la preservación del ayer, para la inmovilidad de la historia (todo ahí está cargado de recuerdos. El rito como sinónimo de eternidad). Además es el espacio propicio para recuperar la identidad, la verdadera, es el lugar donde se debe buscar el origen. Aura y Consuelo no son otra cosa que dos mujeres cuya única misión es develar el verdadero yo de Felipe Montero, para poder estar completas, para completar el ciclo (que la muerte interrumpió al llevarse al general Llorente), continuarlo y con ello cumplir su función de perpetuarlo, casi como un rito. La mujer simbólicamente en el texto engendra la vuelta al pasado, la identidad verdadera del hombre, cumple en abrir y cerrar el ciclo de la vida. Y asume los roles tradicionales que les han sido impuestos por la una sociedad mexicana reaccionaria: son mujeres destinadas al hogar y al cuidado del hombre. Además, deben de cumplir con el ideal del macho, estar siempre joven, siempre bella, a su servicio, sumisa, perpetuándolo, consagrándolo, cumpliendo así con los patrones impuestos por una sociedad machista.

            Todo ello lo podemos ver ya desde el epígrafe de la misma novela que ya programa el texto: cito. Leer epígrafe  que Carlos Fuentes eligió para su novela breve:

“El hombre caza y lucha. La mujer intriga y sueña; es madre de la fantasía, de los dioses. Posee la segunda visión, las alas que le permiten volar hacia el infinito del deseo y de la imaginación... Los dioses son como los hombres: nacen y mueran sobre el pecho de una mujer....Jules Michelet”

            Aquí es claro como el hombre caza por lo tanto es el proveedor de la familia, aprovecha y enfrenta a la naturaleza. Lucha, defiende y ataca para preservar y expandirse, por lo tanto debe tener noción de territorio y de conquista: búsqueda de poder. Y es asimilado a los dioses, por ende a la superioridad, aunque nacen , mueren y son finitos, tienen un mismo origen y destino: la mujer. Son seres terrenales.

            Por su parte la mujer es un ser de un mundo abstracto: sueña, es madre de la fantasía, de los dioses. Es un ser de aire, etéreo (posee alas). Mientras que el hombre es finito, la mujer puede alcanzar el infinito (del deseo y de la imaginación), se vuelve un ser casi mitológico.

            Esta distribución literaria diferenciada de los roles de género, no hace otra cosa que reafirmar los roles costumbristas y tradicionales de una sociedad machista. la mujer por ser un ser casi mágico es expulsada del mundo terrenal, propiedad incontestable del hombre (desde esta visión), la mujer es un estado anterior a los dioses y a los hombres y también posterior: es un destino, es un infinito, pero no es terrenal.

            En el epígrafe de la novela podemos constatar los elementos y la lectura que hemos viniendo haciendo desde el inicio de este breve acercamiento, pero también serían injusto no mencionar que la novela no es sólo un reflejo de una sociedad tradicional que ubica a la mujer en los roles de siempre, sino que existe una intención progresista y de ruptura al presentar a una mujer que desea ser el ideal del macho, pero que trasgrede algunas normas y costumbres al presentarse activa y sexual en esa búsqueda del otro. La perversión de los ritos religiosos, que aunque son provocados por las mujeres, recuperándose como las eternas Evas que tientan a Adán, no deja de ser un hito en la literatura de esa época empañada por el conservadurismo y la doble moral.


 ©Cecilia Eudave. Septiembre 2001





CORTOMETRAJE "AURA" BASADO EN LA OBRA DE CARLOS FUENTES



Adaptación libre de la novela "Aura" de Carlos Fuentes.
Ganador del 1er lugar en el Concurso de Cortometraje Inter-universitario Alternoflexia 2011 (Mérida, Yucatán)
Sinopsis: Felipe Olivera accede a trabajar en un libro sobre las memorias del esposo de Doña Consuelo, una mujer cuya misteriosa relación con su sobrina Aura cautivará peligrosamente a Felipe Olivera.
Este es el primer cortometraje realizado por Perro Noble Films durante el invierno de 2010.




 
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