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lunes, 1 de julio de 2013 1 comentarios

EL ANTICRISTO - FRIEDRICH NIETZSCHE EN LA VOZ DE MARÍA JESÚS PIÑA LUCAS


LISTA DE REPRODUCCIÓN: 
DIECISIETE (17) VIDEOS


Audio: María jesús Piña Lucas
Video: StudioCreativo ¡Puro Arte!

EL ANTICRISTO


El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo (Der Antichrist, Fluch auf das Christentum, 1888) es una de las últimas obras del filósofo alemán Friedrich Nietzsche.
Si se coloca el centro de gravedad de la vida no en la vida, sino en el «más allá» —en la nada—, se le quita a la vida en general el centro de gravedad.

El Anticristo

En la introducción, el filósofo anuncia que se dirige a una minoría capaz de comprender («Este libro está hecho para muy pocos lectores. Puede que no viva aún ninguno de ellos. Esos podrían ser los que comprendan mi Zaratustra: ¿acaso tengo yo derecho a confundirme con aquellos a quienes hoy se presta atención? Lo que a mí me pertenece es el pasado mañana. Algunos hombres nacen póstumos»). La ética de Nietzsche en este último periodo está íntimamente ligada a la voluntad de poder. Cita de El Anticristo:
¿Qué es bueno? Todo aquello que eleva nuestro sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo en el hombre.
¿Qué es malo? Todo aquello que se origina en la debilidad.
¿Qué es la felicidad? El sentimiento de cómo crece el poder, de vencer una resistencia. [...]
Los débiles y los malogrados deben perecer: principio primero de nuestro amor por los hombres. [...]
¿Qué es más dañino que cualquier vicio? El ejercicio de la compasión hacia todos los malogrados y débiles — el cristianismo...

Nietzsche identifica en el cristianismo todo el mal social, por cuya causa el mundo sufre, y el mal moral, que oprime al hombre. San Pablo utilizó a las masas y oprimidos para tomar el poder, y del mismo modo actúan los socialistas en la época en que Nietzsche escribe. A estos, como sobre todo a los anarquistas, el filósofo los considera —peyorativamente— como nuevos cristianos auténticos. El cristianismo ha construido y explotado en beneficio propio una metafísica del «mundo detrás del mundo», que es el origen profundo de movimientos tan alejados temporalmente como el Romanticismo y el Idealismo.


El idealista, como el cura, tiene en su mano (¡y no sólo en la mano!) todos los grandes conceptos: con desprecio bonachón los usa contra el «intelecto», los «sentidos», los «honores», el «buen vivir», la «ciencia»; ve tales cosas por debajo de sí, como fuerzas nocivas y descarriadoras, sobre las cuales se cierne el «espíritu» en su pura mismidad...


Arthur Schopenhauer, al que durante su juventud Nietzsche había escogido como maestro, no sería en el fondo más que un enemigo de la vida, un cristiano (la noluntas, la negación de la vida como praxis del nihilismo). Hegel y Schopenhauer son sólo las dos caras de la misma moneda. Y también el nuevo rumbo de Alemania, dominada por el nacionalismo y la xenofobia, es producto del poder de la masa, de la moral del rebaño inducida por una educación cristiana bimilenaria. Todo esto no son sino diversas manifestaciones de un mismo fenómeno, diferentes síntomas de un mismo malestar o enfermedad que empezaba a resultar asfixiante para el filósofo.

A fin de cuentas, el único verdadero cristiano habría sido Jesucristo, y la religión fundada posteriormente por los padres de la iglesia, irónicamente, nada más que una labor de deconstrucción, de traición y de malinterpretación del sentido originario encarnado por Jesús. El Cristo de Nietzsche, cuya figura real, histórica, intenta establecer leyendo entre líneas en la Escrituras, sería para Nietzsche un caso de degeneración mórbida de los instintos perfectamente repetible en todas las épocas y lugares como «tipo» humano, y de hecho lo compara con el protagonista de El idiota, novela de Fiódor Dostoievski.
El análisis de las Escrituras considera en fin toda una serie de episodios y frases de la Biblia que evidenciarían la voluntad de las castas sacerdotales judías de mantener alejado al hombre del saber, alimentando falsedades y supersticiones, como medio más efectivo para conservar el poder. Una religión como el budismo sería, en comparación, mucho más realista y «sano» que el cristianismo, en la medida en que no pretende enseñar la lucha contra el pecado sino contra algo mucho más real, en última instancia, como es el dolor.

Hacia el final del libro, habla del Código de Manu, uno de los textos sagrados del hinduismo (que Nietzsche había leído hacía muy poco tiempo) como ejemplo de legislación modelo de una civilización aristocrática estructurada en castas. Como colofón, promulga la «Ley contra el cristianismo» («Dada en el día de la salvación, en el día primero del año uno (— el 30 de septiembre de 1888 de la falsa cronología»),  lista de siete preceptos para liberarse de la influencia degeneradora de la religión cristiana y todas sus manifestaciones.



El Nietzsche del Anticristo

El grito

Por Miguel Morey

El Anticristo es un libro cargado de misterios o, si se prefiere decir así, con este texto se produce una inflexión definitiva en la derrota nietzscheana, tal vez su último quiebro intelectual

Las múltiples facetas desde las que nos desafía el enigma Nietzsche se acrecientan conforme se acerca el final. Durante los últimos meses parecen multiplicarse vertiginosamente: su pensamiento es un continuo quiebro, y su vida también. Todo está lleno de signos, signos que se hacen guiños unos a otros. En este sentido, los días finales son enteramente un enigma, un enigma del que nuestro conocimiento de la locura no puede dar explicación. Y ni siquiera su silencio o su muerte acallarán esta proliferación. Su posteridad, es bien sabido, está hecha de terribles malentendidos, cosas que todavía están por acabar de explicar.

A menudo se ha llamado con el nombre de Turín el cristal de ese enigma. Y lo cierto es que, frecuentemente, parece como si el propio Nietzsche condujera de antemano esta interpretación. Así, recuérdese cuando escribe: “Hasta el 20 de septiembre no dejé Sils-Maria, retenido por unas inundaciones, siendo al final el único huésped de ese lugar maravilloso, al que mi agradecimiento quiere otorgar el regalo de un nombre inmortal. Tras un viaje lleno de incidencias, en que incluso mi vida corrió peligro en el inundado Como, a donde no arrivé hasta muy entrada la noche, llegué en la tarde del día 21 a Turín, mi lugar probado, mi residencia a partir de entonces. Tomé de nuevo la misma habitación que había ocupado durante la primavera, via Carlo Alberto 6, III, frente al imponente palazzo Carignano, en el que nació Vittorio Emanuele, con vistas a la piazza Carlo Alberto y, por encima de ella, a las colinas. Sin titubear y sin dejarme distraer un sólo instante, me lancé de nuevo al trabajo: quedaba por concluir tan sólo el último cuarto de la obra. El 30 de septiembre, gran victoria, conclusión de la ‘Transvaloración’; ociosidad de un dios por las orillas del Po. Todavía ese mismo día escribí el “prólogo” de Crepúsculo de los ídolos, la corrección de cuyas galeradas había constituído mi recreación en septiembre. -No he vivido jamás un otoño semejante, ni tampoco he considerado nunca que algo así fuera posible en la tierra,- un Claude Lorrain pensado hasta el infinito, cada día de una perfección idéntica e irrefrenable”.

El texto que se ha nombrado ‘Transvaloración’ es lo que nosotros conocemos como El Anticristo, cuyo subtítulo debía ser originariamente “Transvaloración de todos los valores”, aunque finalmente Nietzsche optó por otro más expeditivo e histriónico: “Anatema contra el cristianismo”. Habida cuenta de que anatema significa precisamente maldición divina, el subtítulo no podía ser, en su simplicidad, más retorcido y ampuloso, más indicativo. Y es que El Anticristo es un libro cargado de misterios o, si se prefiere decir así, con este texto se produce una inflexión definitiva en la derrota nietzscheana, tal vez su último quiebro intelectual.

Pongamos un solo ejemplo. A partir del 20 de noviembre de 1888, Nietzsche se desinteresará de su proyectada obra sobre la Voluntad de Poder, y deja entonces de considerar a El Anticristo como la primera parte de su tarea de transvaloración para pasar a afirmar que, con dicho libro, ésta está ya cumplida. Giorgio Colli reflexiona este curioso desplazamiento del siguiente modo: “¿Por qué, poco después de haber escrito El Anticristo, Nietzsche considera que ha cumplido ya la muy anhelada transvaloración de todos los valores? Quizá porque en este breve momento -antes de que la desatinada voluntad de realizar lo inactual le llevase al delirio de la locura- le parece verdaderamente haber encontrado la expresión decisiva, cuyo impacto sobre las conciencias somnolientas pudiese desencadenar el gran incendio, traducir a la realidad concreta el pensamiento del más solitario”.

Hoy cuesta de entender. Porque, ¿cómo se nos aparece hoy El Anticristo? Ante todo, para una primera mirada, como el más desafortunado de entre los textos mayores que suelen encuadrarse en su mismo periodo, el que más se resiente ahora de su nueva política editorial, que le encaminaba hacia el panfleto. No tiene ni la fértil exuberancia de Más allá del bien y del mal, ni el frío rigor de La genealogía de la moral, ni la generosa euforia de El crepúsculo de los ídolos. Es un texto sombrío, bañado todo él como por una luz gótica. Tiene algo de profundamente anticuado. En cierto modo, puede decirse que frecuentemente es un libro simplón, sabido. Y sin embargo es un libro que iba a hacerse popular. Llegó a formar parte, junto con la obra de Darwin y Freud, la de Kropotkin o Marx, verdaderamente de la cultura popular. Es, aunque no sólo, todo un clásico del anticlericalismo. En este sentido, puede decirse que fue un panfleto perfecto. Tal vez por eso nos parece hoy tan sabido. A este respecto añade Colli, siguiendo con lo que decía: “No se equivocaba del todo, porque la agitación provocada por este libro se propaga todavía hasta hoy. Y la astucia tal vez inconsciente de Nietzsche para actualizar lo inactual consistía en esto: concentrar toda maldición sobre el nombre del cristianismo, atrayendo de este modo sobre ese organismo decrépito el odio de todos aquellos que sólo esperaban ser alentados. Pero aquellos que tenían o tienen que lamentarse con respecto al cristianismo son muchísimos, mientras que el prefacio de El Anticristo dice: ‘este libro concuerda con poquísimos’. La astucia consiste por lo tanto en excitar a los muchísimos con un libro destinado a poquísimos, o, en otras palabras, en proponer como objetivo destruir el cristianismo, objetivo estrechamente ligado según Nietzsche a muchos otros, con respecto a los cuales los seducidos por el verbo anticristiano no se sienten para nada en oposición. Cristianismo involucra así moral, metafísica, justicia, igualdad de los hombres, democracia, resume en sí los valores del mundo moderno. La destrucción del cristianismo, por esa razón, es verdaderamente según Nietzsche una transvaloración de ‘todos’ los valores”.

¿Quiere decirse con ello que Nietzsche se propuso elevar la forma del panfleto a su máxima virulencia, dotarla de un alcance absoluto? “Astucia tal vez inconsciente”, dice Colli. Tal vez. Pero hoy sabemos bien de su belicosidad final, de su sueño de partir en dos a la humanidad. Escribe El Anticristo entonces, pero también recopila sus más afiladas notas contra Wagner, en un momento en el que la mitad de Europa se está posicionando respecto del músico, y en el centro de la polémica surge Nietzsche contra Wagner. Y prepara su biografía de combate, Ecce Homo, que comienza con esta sorprendente declaración: “En previsión de que en breve tendré que formular a la humanidad la exigencia más severa que le ha sido formulada jamás, estimo necesario decir quién soy yo”. Está claro que Nietzsche está en guerra, que ha comenzado otra guerra. “Con este escrito no sólo he querido presentarme antes del gran acto solitario de la Transvaloración, sino que también quiero probar lo que puedo arriesgarme a hacer con el concepto alemán de la libertad de prensa”...

“¿Por qué, poco después de haber escrito El Anticristo, Nietzsche considera que ha cumplido ya la muy anhelada transvaloración de todos los valores?” -se preguntaba Colli hace un momento-. A esta pregunta tal vez cumpla añadirle otra de parecido alcance: ¿Cuál era ese “gran acto solitario de la Transvaloración”, esa “trágica catástrofe de mi vida” para la que Nietzsche se prepara desde entonces, cuya inminencia “no desea acelerar en exceso” y de la que encontramos múltiples alusiones en su correspondencia?

No lo sabemos. En todo caso, lo que está bien claro es que tanto El Anticristo,como Nietzsche contra Wagner o Ecce homo, publicaciones póstumas las tres, forman parte de un nuevo registro en el conjunto de su obra, constituyen una nueva dimensión expresiva, deben leerse aparte. Y decir que la razón de ello es su carácter de obras que son ya de locura, no explica nada. Más bien señala tan sólo aquello que está por explicar.
“Mirémonos cara a cara” -con estas palabras comienza El Anticristo, el texto con el que se inaugura su última deriva-. Mirémonos cara a cara, dice, y parece estar emplazando a los hombres de su tiempo. Pero, Nietzsche va a abrir su pantomima de cumplimiento de lo inactual, su desafío a la humanidad entera, su pulso absoluto y patético con el presente, en el momento mismo en que se entrega, póstumo, a sus lectores. En Turín, Nietzsche se encomienda al espíritu de la literatura. Ya no escribe para su presente, ahora trata de prender la mecha lenta de su posteridad mediante un acto ciego de confianza absoluta en su destino. Lanza su grito dirigido a la escucha de la posteridad.


¿Qué dice un grito? 


EL ANTICRISTO
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lunes, 28 de enero de 2013 1 comentarios

PEDRO PÁRAMO DE JUAN RULFO EN LA VOZ DE ALICIA PASTORE - PELÍCULA "PEDRO PÁRAMO" DE CARLOS VELO



PEDRO PÁRAMO DE JUAN RULFO 
EN LA VOZ DE ALICIA PASTORE
LSTA DE REPRODUCCIÓN
SIETE (7) VIDEOS

-
Audio: Alicia Pastore
Video: StudioCretivo ¡Puro Arte!


Juan Rulfo, Pedro Páramo: historia vivida, historia contada
Por Fernando Carranza.
Filosofía y Humanidades
Universidad Sergio Arboleda

Como autobiografía de un prosista contemporáneo, Pedro Páramo es también un segmento biográfico de la trayectoria literaria de Hispanoamérica. Por tal razón, el año 1955 será memorable en los fastos de la producción literaria de México, y su memoria permanecerá inseparable de la de Juan Rulfo y  su obra, cuya publicación –merecida y gratificante- rompió con augusta magnificencia las barreras que se oponían al innegable reconocimiento, tanto del autor como del texto. Una de las mejores, brillantes y más estudiadas obras de toda la América hispana: 50 años de una historia que sigue contándose.

La creación de esta novela no sólo es el fruto de una auténtica literatura,  sino que además es la reminiscencia de una historia que, como diría Octavio Paz, está más allá de las fechas y más acá de los nombres. Y la historia de Pedro Páramo responde a un mundo imaginario, pero además, encaja en una naturaleza originaria, nativa,  autóctona y petrificada como el diminuto fragmento de una gran parcela: la cara de la revolución en México.

De tal manera, hablar de Pedro Páramo es hablar de ésa historia. Es hablar de las distintas facciones del rostro mexicano. Y es hablar, además, no sólo de facciones, sino de máscaras siempre cambiantes, bajo las cuales se devela  la expresión de una historia vivida, de una historia no sólo hecha de tiempo. Por eso el propósito de Juan Rulfo -o por lo menos quería prescindir de ello como ingrediente literario- no era ubicar en una determinada época unos determinados personajes, sino situar los imaginados geográficamente, involucrarlos en una región e incluir, asimismo, los acontecimientos que ahí habían ocurrido. “Pero sí -dice el autor-, hay ciertos hechos, ahí, que más o menos…” tocan, refieren la revolución, sería el complemento. Por lo tanto, en la obra no predomina un trasfondo histórico, pero sí la enmarcan unos factores legítimos e invariables (lugar, situación, etcétera).

El pueblo que revive Rulfo –pues no cabe la menor duda de que estaba muerto y olvidado- es aquél en el que pasó la mayor parte de su niñez. En ese tiempo un pueblo fértil: árboles, agua y, como resultado, vida. Y después, cuando Rulfo vuelve pasados treinta años, un pueblo abandonado, fantasmal y desértico: su antítesis completa. Por ésta razón le adapta el nombre Comala en el relato, pues el comal es un recipiente de barro que se pone sobre el fuego, donde se calientan las tortillas. Es de allí, pues, que surge el apelativo de Comala, que significa, por lo tanto, lugar sobre las brasas.

“Me encontré con un pueblo muerto”, dice Rulfo. Y claro, los muertos no viven en el tiempo. Eso le dio la libertad para manejar los personajes indistintamente. Es decir, para dejarlos entrar, y después que se esfumaran, que desaparecieran.

Pedro Páramo es el caso representativo del hacendado, del cacique que abundó en México y que decidía sobre las tierras que trabajaba. De ruin y no escaso imperativismo -aunque acá no corresponda hacer análisis de conciencia- y fácilmente irritable, personifica al típico terrateniente déspota que logra, sin dilucidar un poco la más mínima idea de bien, creerse el dueño de absolutamente todo lo que le rodea, hasta de  las vidas mismas.

Juan Preciado, por su parte, es el narrador, hijo de Pedro Páramo, al que mataron de miedo los susurros provenientes de los muros en las casas de Comala: “un rumor parejo, sin ton ni son, parecido al que hace el viento contra las ramas de un árbol en la noche, cuando no se ven ni el árbol ni las ramas, pero se oye el murmullo.”

Por eso, desde el momento en que éste personaje entra a Comala, se evidencia el término clave en el libro: la muerte. Así al menos se manifiesta trascurridos unos párrafos, cuando el lector, de súbito golpeado secamente por lo que le revela el texto, encuentra que los diálogos están siendo sostenidos por las exhalaciones quedas y delirantes de unas almas en pena, erráticas y arrepentidas, desoladas y pecadoras, enjuiciadas, maldecidas y eternas. Almas que buscan los vivos que no existen para que les recen, para que interfieran en la absolución de su purgatorio: “<<Ruega a Dios por nosotros>>. Eso oí que me decían. Entonces se me heló el alma. Por eso es que ustedes me encontraron muerto.”

Sin embargo, el personaje central es Susana San Juan, cuya idealización, más que originarse a partir de cierta simpatía hacia ella -ya que sí existió- fue producto de una singular y no poco extravagante costumbre de Juan Rulfo: visitar los cementerios. En su visita a San Gabriel (Comala en el relato) se encuentra con que Susana estaba enterrada allí, en el “panteón” de ese pueblo, y para satisfacer su sorpresa decide adaptarla como el personaje de más peso en la novela.

Así, Pedro Páramo gira alrededor de Susana San Juan y alrededor de un pueblo. Pero más bien alrededor del Pueblo. Pedro Páramo es un  lenguaje, el del silencio, que comunica y manifiesta más que los propios personajes, pues su sonido es tan constante y agudo, que gracias a sus finísimas ondas se ecualiza todo el argumento de la obra. Sin embargo, en ése pueblo se extinguirá hasta el silencio, acabándose, igualmente, todo lo que alguna vez allí hubo.

“Mi propósito no era hacer historia, sino contar una historia. Decir, por ejemplo, yo viví en un pueblo que se llamó San Gabriel…” -Juan Rulfo.


PEDRO PÁRAMO EN EL CINE

La presencia de Juan Rulfo en el cine es inmensa, y esto se debe en buena medida a su breve obra narrativa, y por otro a su propia participación como guionista en cortos y largometrajes, sus trabajos en el ámbito de supervisor de las producciones y, además, una envidiable afición cinéfila.

El español Carlos Velo dirigió la primera versión cinematográfica de la famosa novela de Rulfo, con un guion de Carlos Fuentes y Manuel Barbachano. Se estrenó en 1967, protagonizada por grandes estrellas del cine mexicano. La película es muy respetuosa de los pasajes referidos en la novela. A través de los diálogos podemos recordar aquellos párrafos y comprender la unión entre ambos lenguajes, el cinematográfico y el novelístico. Para ser consecuentes con el aura ilógico que a veces se da cuando vivos hablan con muertos, o muertos hablan entre sí, había que hacer concesiones. 

Juan Preciado parece sorprendido por las cosas que le pasan en Comala, pero no pasa de eso como era de esperarse si queremos que la historia prosiga. El pueblo fantasma que Preciado recorre está muy bien presentado, así como la Comala y la hacienda de La Media Luna de la época de Pedro Páramo. La revolución mexicana, los campesinos y todo el problema social resultante de la distancia creada entre un terrateniente cruel como Pedro Páramo y el resto del pueblo están bien ensamblados.

Aunque la crítica no la recibió con buenos términos, en la distancia se lo valora mejor. Es que en principio todos los elementos artísticos estaban disponibles para ser una gran película, pero malas decisiones de la producción (como elegir al norteamericano John Gavin como Pedro Páramo) y la inexperiencia del director no permitieron que la obra se concretara en el nivel merecido.

Como dijimos, muchas más adaptaciones se han hecho sobre la obra de Rulfo, muchas de ellas bien recibidas por el público y la crítica. Solo nos resta decir que quien admire a Rulfo en su narrativa, indefectiblemente se encontrará con su relación del cine, pues sus cuentos y novelas no hubiesen sido lo que son si no hubiese estado el arte cinematográfico de por medio.

Sergio Cáceres Mercado




"Pedro Páramo" de Carlos Velo.



Título original
Pedro Páramo
Año
Duración
104 min.
País
México México
Dirección
Guion
Manuel Barbachano Ponce, Carlos Velo, Carlos Fuentes (Novela: Juan Rulfo)
Música
Joaquín Gutiérrez Heras
Fotografía
Gabriel Figueroa
Reparto
, , , , ,, , , ,, 
Productora
Clasa Films Mundiales / Producciones Barbachano
Género
TerrorFantásticoDramaRomance | Realismo mágico
Sinopsis
Juan Preciado, hijo de Pedro Páramo y de Dolores Preciado, al morir su madre, decide cumplir la promesa de ir en busca de su padre alpueblo de Cómala y exigirle lo suyo; al llegar, se encuentra con un pueblo abandonado y misterioso donde se escuchan voces y extraños murmullos... (FILMAFFINITY)
Premios
1967: Festival de Cannes: Nominada a la Palma de Oro 
(mejor película)
 
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